martes, 27 de julio de 2010

Déficit de imagen

Tuve la suerte de pasar varias semanas de julio fuera de México y acabo de regresar. Fue un viaje expansivo y despreocupado, alejado del día a día, no de las noticias. Lo más triste fue, como casi siempre en vacaciones, regresar, sobre todo porque percibí el enorme peso que tienen la violencia y el crimen organizado sobre el día a día de los mexicanos.

Fuera de México la impresión generalizada es que el país está inmerso en una especie de "guerra", como decía abiertamente hasta hace poco el presidente Felipe Calderón y los periodistas descuidados que comparten esa versión oficial. Guerras son otras, lo que sucede en México es una grave descomposición social aderezada con violencia, aquiescencia en muchos casos y, de lo más grave, una tolerancia con la corrupción y la impunidad a todos los niveles del Estado menguante que nos protegía y ahora lucha por su supervivencia.

En el Hay Festival de Zacatecas, celebrado el mes pasado, Élmer Mendoza decía que jamás ganará el presidente de México la batalla que se inventó. Creo en la buena fe del mandatario pero no comparto ni la estrategia ni el enfoque que ha dado a la prioridad política del sexenio. México tenía y tiene asuntos tan o más graves que el de la inseguridad que han sido relegados o abandonados. El fracaso de Calderón, que aún trata de salvar su mandato y que, ojo, podría tener poco margen ante el problema, es prácticamente un hecho. La sociedad mexicana se merece algo mejor que la mano firme prometida, el dolor advertido, y el desamparo que se siente a diario. Llegué de fuera, entré de lleno en este país y aún creo que hay espacio para la esperanza. Ojalá otros viajes concluyan de otro modo, con más luces y una sensación traída de fuera de que México es más respetuoso, tolerante, progresista, justo y humano con su gente, lo más importante ahora.

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