jueves, 23 de diciembre de 2010

La Cumbre de Cancún

Ha sido la XVI Conferencia de las Partes de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP16) una cita intensa, de bajas expectativas y positivos resultados. El mayor fue el de devolver la confianza en el multilateralismo y un papel preeminente a Naciones Unidas a pesar de que Bolivia se convirtió en el paria del sistema. Con todo y visita de su presidente, Evo Morales, el país sudamericano ni supo, ni quiso, sumarse al pasito que dieron los demás miembros de la comunidad internacional hacia la constitución de un nuevo régimen de protección climática que aún parece muy lejano.

Ni las olas de frío, ni las inundaciones, ni las sequías que no padecen los poderosos del mundo pero sí sus sociedades, sean más o menos desarrolladas, les permiten sensibilizarse sobre un problema que plantea aún algunas dudas y escepticismo pero que acumula evidencias cada vez mayores y más rigurosas sobre su existencia.

En lo personal pienso que hace falta hacer mucho más en mitigación, creerse la historia de que las economías tienen que empezar a cambiar hasta ser libres de carbono y lo menos contaminantes posibles, pero también conocí de cerca la dimensión de negocio y económica que tiene ese cambio. El primer día un miembro de un organismo de cabildeo estadounidense me confesaba a las puertas del hotel que ellos sabían que el nuevo régimen climático mundial les iba a costar dinero, pero que lo que buscaban era que ese corte sea el menor. Era una actitud defendible para alguien que en treinta o cuarenta años no estará en este planeta, no para los que en este momento están en sus años de infancia o adolescencia, esos que en breve exigirán cuentas y mirarán con desprecio quizás a los que no fuimos capaces de interpretar a tiempo la urgencia de los tiempos que se avecinaban...

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