jueves, 9 de febrero de 2012

Garzón deja de ser juez

El juez Baltasar Garzón dio hoy la vuelta al mundo. Quedó inhabilitado por diez años en una sentencia dudosa por la gravedad de la pena que impuso, por la severidad del veredicto, ante un magistrado que lo ha dado casi todo por la justicia. Digo casi porque Garzón impuso un estilo ajeno al del Poder Judicial en España, hermético, corporativista, poco abierto a la sociedad.

En México no es distinto. El mundo de la ley hace mucho que se alejó del hombre y del cotidiano con algunas excepciones como Garzón. Sin duda, el magistrado español tensó la ley hasta el límite, rebasó seguramente con las escuchas ilegales que ordenó el límite de la ley, pero su paseo por el abismo pudo no haber sido una caída. El caso se pudo haber resuelto con una amonestación, con una recusación, con separarle del cargo unos meses, o algún año, no los once de la pena. Garzón es un juez pero también un símbolo de la justicia, un hombre progresista que le hizo un bien inmenso a la sociedad española en batallas contra el narcotráfico y el terrorismo, y a la justicia internacional, en las causas por las desapariciones en Argentina o en el procesamiento de Augusto Pinochet, humillado en vida por los crímenes del pasado con la ley en la mano.

Me queda claro que no hay verdades únicas, me queda claro que también los acusadores tienen algo de razón en el caso del juez más mediático, más político, de la judicatura española. Lo que no entiendo es que se me trate de vender una sentencia de ejemplaridad en un sistema dudoso, arbitrario a veces, subjetivo, y que hace agua tantas y tantas veces. Humilla ver a Garzón convertido en víctima porque es un triunfo de la justicia facciosa, un triunfo de las medias verdades, una victoria del Estado de Derecho convenienciero. No creo en democracias como es que juzgan solo cuando les conviene, que buscan chivos expiatorios, que olvidan la historia y que pretenden pasar página sin entender que hacer justicia exige de un peso moral mayor del que tiene un Tribunal que a sí mismo se hace llamar Supremo siendo falible. Tiempo al tiempo, la última página del caso se leerá en Estrasburgo, en unos años, probablemente.

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