sábado, 31 de marzo de 2012

Dos Papas en México (primera parte sobre visita de Benedicto XVI a México)

La visita a México de Benedicto XVI (23 al 26 de marzo de 2012) será la única de su pontificado. Estuve en León, en el central estado de Guanajuato, y encontré dos actitudes ante la visita, y dos montajes, al menos, de la misma.
El primero es el que correspondía a los fieles. Cientos de miles de católicos, sobre todo del centro de México, se sumaron con entusiasmo al viaje papal. Guanajuato es un estado conservador del centro del México, hermoso, lleno de gente trabajadora y relativamente tranquilo en lo tocante al crimen organizado. Es una zona de México austera y alegre a la vez. Es el interior del país pero una zona definitivamente favorecida por un espíritu de lucha y de laboriosidad entre sus habitantes. Hay más gente que se dice católica (93%) que en el promedio nacional mexicano (83% y decreciendo). Con todo México es el segundo país con más fieles católicos del mundo, solo superado por Brasil. En esta primera faceta, la de los creyentes, peregrinos, viajeros, la visita del papa Benedicto XVI fue un éxito.
Probablemente nos inflaron un poco las cifras de asistencia a la Eucaristía multitudinaria del 25 de marco (640.000 personas) pero definitivamente el fervor y las oraciones estuvieron ahí. También los rezos por la paz, que México necesita desesperadamente aunque la devoción no baste para variar una deriva social y política.

Un pero a esa dimensión del viaje fue el papel de Televisa y TV Azteca, las dos cadenas de televisión dominantes en este país, privadas las dos, que convirtieron la visita en un espectáculo de rock. Sus presentadores tuvieron acceso privilegiado a los eventos, estuvieron en primerá línea a diferencia del resto de la prensa, nacional e internacional, y un trato de favor dispensado por las autoridades vaticanas.

La segunda vertiente que tuvo el viaje fue la política. Ahí entran los cálculos de Estado y el protagonismo extraordinario del presidente Felipe Calderón, católico practicante, que no dudo en poner al Estado a los pies del papa. Estaba a punto de comenzar la campaña electoral hacia los comicios presidenciales del 1 de julio próximo, y el mandatario hizo lo imposible por mezclar religión y política. México es un estado laico, el mandatario al menos reconoció eso, pero se puso al lado del papa Benedicto siempre que pudo, simulo una reunión privada para tratar temas de Estado que no sucedió, y dio a conocer un comunicado de asuntos tratados que era irrisorio para el tiempo que ambos tuvieron. Por cierto que ningún funcionario mexicano estuvo disponible para ofrecer detalles del encuentro. Será que nunca sucedió tal como se expresa el comunicado. Además Benedicto XVI se ahorró las críticas al Gobierno mexicano en la tan cuestionada estrategia contra la delincuencia organizada. No vio en Calderón al gobernante que, seguramente de manera bien intencionada, ha truncado la paz social de su país. Su lucha contra los criminales es frontal pero no inteligente, y no ha sido capaz de darle a la misma una "dimensión integral" desde el primer momento en que la lanzo. Ahora, a pocos meses de dejar el poder, hace denodados esfuerzos por explicar lo necesaria que era, pero en el camino hay más de 50.000 muertos, muchos de ellos inocentes, no miembros de los grupos criminales...

Entre ambas dimensiones de la visita, tres graves omisiones: (1) el papa no se reunió con Javier Sicilia, el poeta que expresa el dolor de las víctimas de la violencia asociada con la lucha contra la criminalidad. Además (2) el papa no recibió a las víctímas de pederastia clerical en México, como había hecho en Alemania, Malta, Irlanda y Estados Unidos en viajes anteriores. Por último, (3) el papa Ratzinger tampoco ofreció explicaciones de los abusos y la doble vida de Marcial Maciel, el fundador de la Congregación de los Legionarios de Cristo. Dos omisiones graves que, seguramente, hay que atribuir a los expresos deseos de la cúpula de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) que encabeza Carlos Aguiar Retes. Monseñor veía un micrófono esos días en León y se daba automáticamente la vuelta, con una sonrisa en los labios. Sonrisa de quien sabe que dejó al papa sin algo importante por hacer: pedir un perdón sincero a esas víctimas abusadas.

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