Estos días han sido de convulsión social en México. Este es un país poco articulado. La desigualdad marca la pauta y desune, desvertebra, imposibilita que los mexicanos se muevan como cardumen, en una dirección, hacia un objetivo común. Sin embargo esta misma semana ocurrió algo insusual. Un joven alcalde de 38 años, Edelmiro Cavazos Leal, fue asesinado por sicarios en Santiago. No actuaron solos. Policías corruptos abrieron puertas y cerraron los ojos lo necesario para que los carniceros llegaran hasta el político.
Como sucediera en 1997 con el concejal del Partido Popular español Miguel Ángel Blanco, apenas 48 horas después del secuestro Cavazos apareció asesinado con tres tiros. Creo que uno se lo dieron en la cabeza.
Los descerebrados que le atacaron son sicarios al servicio del crimen organizado, individuos que decidieron vivir en el lado del riesgo y el plomo, seres capaces de corromper y de venderse al narcotraficante que mejor paga. Son cobardes, no actúan de frente sino en medio de la noche y nunca en un uno contra uno. Van en grupo y matan porque les conviene aterrorizar.
Ayer enterraron a Cavazos entre muestras de dolor y gritos de traidor. Me recordaron las escenas y los gritos que escuché a lo que sucedió en Ermua en 1997, donde los terroristas de Eta segaron la vida de Blanco, de 28 años. Cavazos tenía 38pero me parecer que las muertes de ambos sirvieron para poner a sus respectivas sociedades en guardia hacia la barbarie. México se merece mucho más que corrupción, miedo y sangre. Euskadi necesita paz, cohesión social, diversidad y paz, paz, paz. La sangre que ha corrido estos días, y el clamor popular que ha surgido, se me hicieron savia del mismo tronco, energía para un mismo fin: buscar la paz y una sociedad mejor, más unida, menos fracturada, confrontada, confundida. Es difícil que los terroritas o los sicarios entren en razones cuando se han acostumbrado a vivir con la adrenalina a cien y a sembrar el miedo. No caben en una democracia. Hay que unirse para decirles ¡basta ya! Tras la muerte de Blanco algo cambió en el País Vasco... Ojalá suceda lo mismo en Santiago.
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