El pasado 26 de mayo murió en Ciudad de México la pintora, escritora y escultora Leonora Carrington. La noticia no nos pilló de sorpresa, tenía 94 años y vivía apartada de los reflectores y mentideros habituales. La artista no se escondía pero prefería pasar inadvertida. Vivía en la calle Chihuahua de la colonia Roma de la ciudad.
En los últimos años de vida suya en la capital mexicana Carrington no se hacía notar pero sus estatuas fueron llenando silenciosamente algunos lugares. El Paseo de la Reforma, en su tramo dedicado a los museos o en el que está más cerca del centro, muestra a lo seres imaginarios que creó la artista. Era, decían, la última surrealista, una leyenda de ese movimiento artístico, alguien con una capacidad extraordinaria, la de ver más allá de lo que se mira a simple vista.
No la llegué a conocer ni a cruzarme con ella, pero presentí en cierto modo su pérdida. Recuerdo muy bien la primera vez que la vi, en 1997 o 1998, en la estación de ferrocarriles del Tokio donde exponían su obra. Cuando veía aquellos cuadros en un México recién descubierto sentí la fuerza de una imaginación que no paró de crear ni de inspirarse en los mitos y misterios de este país. Simpaticé con ella desde entonces, también con su inseparable Remedios Varo, otra artista singular, su cómplice, ambas apartadas de los focos de la fama, creativas, intensas, ambas semiolvidadas por aquellos países que las vieron nacer, auténticas, únicas.
Quizás el último momento de comunión con la artista fue la rueda de prensa que ofreció Elena Poniatowska a propósito de la presentación de su novela "Leonora", inspirada en la artista, el 28 de febrero pasado. Luego nos recibiría en su casa, amable pero perdida un tanto en su mundo. No creo que fuera un adiós sino más bien un "hasta pronto" el modo en que despidió Poniatowska a su amiga, almas gemelas y cercanas, amigas siempre, rebeldes.
martes, 31 de mayo de 2011
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