La niña tiene dos años y aún no habla. Se llama Sonali. Sin embargo ya maneja su lenguaje propio, unas cadenas de sonidos más consistente que un simple balbuceo pero totalmente intraducible por ahora. Si uno presta la debida atención se dará cuenta de que a veces esas series de sonidos especiales se repiten. El primer impulso es buscar la semejanza con las palabras pero no lo son. Su pretensión es menor, su textura más plástica, flexibles, personalísimos. Algunas de esas tonalidades se pueden parecer a determinado idioma, español o chino, contienen variedades de lenguas que existen pero no conozco, seguro. Es todo un espectáculo escuchar a Sonali.
Un amigo musulmán dice que ellos piensan que todos los niños, cuando nacen, pertenecen a esa religión por su pureza. Dejemos de lado la dimensión relgiosa de su plantamiento me quedo con lo que bien podría ser una modesta hipótesis sobre las reglas y usos de la lengua: ¿No será esa sucesión de sonidos la lengua más pura, la forma lingüística más perfecta? ¿No seremos los seres humanos, con nuestra Babel lingüística unos ignorantes incapaces de mantener por mucho tiempo esa sabiduría natural, innata, que tienen los más pequeños en esa fase de lenguaje que parece absolutamente intraducible? A veces pienso cuando escucho que la pequeña me está dando a su manera, y sin exigirme demasiado, una inmensa lección de humildad.
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