Visitó estos días Ciudad de México Antonio Rivero Taravillo, un biógrafo apasionado del poeta sevillano y universal Luis Cernuda (1902-1963). Cuenta Rivero que vino a empaparse del personaje para sentir de cerca por qué se instaló en México en los últimos años de su vida. Sin duda su amistad con el malagueño Manuel Altolaguierre y su esposa, Concha Méndez, debió ser decisiva, pero también la afinidad de Cernuda con Octavio Paz, un escritor a quien había conocido en el congreso de escritores de Valencia de 1937.
Cernuda, dice el biógrafo, vino a México a sabiendas de que era el viaje definitivo, y se instaló en la pequeña Andalucía de la capital mexicana, el barrio de Coyoacán, un rincón que, en el contexto de masificación, saturación de tráfico y tráfago de la ciudad, aún conserva ritmos distintos, pausa, bardas floridas, color, belleza...
La ciudad de México es buena para esconder la hermosura de su gente pero Cernuda encontró en ella el amor a Salvador Alighieri y también a la lengua. Así lo entiende el industrioso biógrafo que está por sacar el segundo libro dedicado a Cernuda, esta vez centrado en sus años sevillanos tras haber dedicado unos años a los españoles (1902-1938).
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