Literatura cerrada. Pocos personajes, insularidad japonesa. Kamakura y Kioto, las ciudades donde Kawabata sitúa la trama. La primera fue el lugar donde él vivió y perdió la vida. Suicidio sin explicaciones. También donde donde se refugia Oki, un escritor con cierto reconocimiento, en una vida sin amor, en una existencia que se está agotando y necesita revivir en momentos pasados.
La historia está llena de intenciones, de viajes y encuentros simbólicos, poca acción, más reflexión y pensamiento. Es un estilo pesado, estética pura, detalles precisos de un momento, de un encuentro, de un estado de ánimo... Descripciones extraordinarias sobre un obi (cinturón del kimono) o del dibujo y los colores de los estampados de cada prenda.
Es ahí donde explota Kawabata, un escritor fascinante, que alimenta esa literatura japonesa vuelta sobre Japón. Cierto enclaustramiento, búsqueda de lugares particulares, un jardín especial, el palacio del musgo, el sentido de un jardín zen, una tarde concreta, con sus tonos naturales y colores, un camino en la montaña.
Hay una estética del gusto pero con cierto esfuerzo, equilibrios muy cortos, momentos perecederos que se escapan deprisa. El libro se parece a un paseo por los templos de Kioto en alguna época propicia, octubre quizás. Los protagonistas están en la hermosa ciudad en diciembre, momento de mucho frío, fría relación, pasado, recuerdo, dolor, duda. Giros lingüísticos particulares de la gente de la urbe, que habla sobre el clima, que oculta más que dice aunque las palabras sean lo que más se ve. Es una literatura en estado puro, personal, unida tan de cerca al lugar que conozco, que te hace sentir allí otra vez...
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