Hace días que la televisión no para de mostrar imágenes de Egipto. La revuelva popular que pide democracia no sale de las portadas. Desde México se ve lejos pero es un país mediterráneo que visité en 1992 y en el que quizás me quede algún amigo. Hay un cambio en ciernes que afectará a la arquitectura de poder de la región, lo presiento.
Estos días veía el conflicto con cierta distancia. Tahir quiere decir ya Tiananmen, o Tlatelolco. Si en 2010 el mundo miraba a un Haití devastado por un terremoto, ahora la vista se posa en el país de los faraones. ¿Qué tengo yo en común con ellos? El miedo al dolor, a la injusticia, a la opresión quizás... a que otros rijan mi destino sin dejarme pensar, decidir... Todo eso está en juego en Egipto, quizás, aunque algunos simplifiquen y digan que la revuelta es un Mubarak sí, o Mubarak no.
Esta mañana mientras me vestía pensaba un poco en todo eso, aliviado. Qué lejos está todo, me decía. Agarré mi camisa y al ir a enfundármela me percaté de un detalle menor hasta hoy: "100% Egyptyan cotton", decía la etiqueta. En un momento se rompió el embrujo del que se siente seguro, ajeno a los problemas de otros, a salvo. Un océano y un mar nos separan de Egipto pero lo que nos une es el repudio a la guerra, a la violencia, al sufrimiento...
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