En mayo del pasado encontré una hermosa edición de "On Chesil beach" en una pequeña librería de Miami (Doubleday 2007). La portada muestra una hermosa playa en un atardecer plomizo, y a una mujer de espaldas, caminando a lo lejos. El paisaje y el momento invitan a la lectura.
Hace unos días vi en el cine, que se ha convertido en un raro privilegio para mí con una pequeña de casi dos años en casa, "Los abrazos rotos" de Pedro Almodóvar. También en el caso de esa película una foto de una playa de Lanzarote es protagonista de la cinta, casi tanto como los personajes. Las playas son lugares extraordinarios, quizas espacios despreciados en estos tiempos donde seguramente se haya decidido tantas veces el destino de los amantes.
"On Chesil beach" es una novela sobre un joven matrimonio. Es una novela institucional desde el punto de vista del matrimonio, que juega un papel clave en ella. Es un libro sexual, donde la entrega plena a un ser amado se convierte en un momento irrepetible, crucial para una pareja disímil. También es, y ahí quiero detenerme sobre todo, una novela que refleja la difícil coexistencia de dos mundos, el de la música y la creación, y el del hombre común, sin excesivas aspiraciones, que busca la felicidad en lo material, en un paisaje hermoso, una buena comida, una mujer o un hombre entregados, un momento luminoso que pasará y al que quién sabe si sigan otros.
Una vez conviví hace muchos años conocí y admiré a una mujer dedicada a la música. Manejaba otros tiempos y prioridades, alejados de la felicidad inmediata y asible. Eran largas horas de ensayos, de soledad, de exigencia al máximo nivel. Años más tarde supe que su vida giró plenamente en torno a eso, tanto que casi fue un milagro que se casara y tuviera un hijo. Lo consiguió después de un tiempo de silencio, sin componer, sin entragar su alma a la música, como hace Florence en la novela de McEwan. Siempre creí que las mujeres y hombres de la música estaban envueltos en un mundo de admiraciones pero también de sacrificios difíciles de compartir si no se conocen. Es difícil convivir con ellos pero en el fondo siguen siendo personas que a menudo se pierden en la genialidad. No les cuesta tanto despegar del mundo material y entrar en el otro, seguramente sea por eso que rompen los esquemas cotidianos de quienes somos más prosaicos.
En Chesil los protagonistas serán ellos mismos, sin convencionalismos institucionales. Entenderán el sexo de distinta manera, la vida será distinta para cada uno de ellos, que supuestamente se aman por encima de sus diferencias y de las reglas que otros dictan y que todos cumplimos. No es fácil ser un animal social, sobre todo cuando uno se da cuenta de que muchos de los modos que seguimos son inercias, no elecciones personales puras, sea de una persona, de una vocación, de una vida propia, única e irrepetible.
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