Un joven periodista japonés que vivía en México me escribió hace pocos días para despedirse. Se acababa de marchar a Japón y de alguna manera intentaba disculpar con una despedida por correo electrónico el hecho de no habernos visto ya. El periódico para el que trabaja tiene un sistema por el cual cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) eleva a nivel 5 (de 6) su alerta, repatría de ese país a su personal. Bravo por ellos.
Lo que me dejó pensando no fue el regreso repentino de mi amigo sino la segunda parte de su mensaje. Se encontraba en Narita, el aeropuerto internacional de Tokio, donde había ingresado a un hotel donde permanecería una semana en espera de saber si tenía los síntomas del virus AH1N1.
Esa fue la parte triste del mensaje, la que me da a entender que en Asia hay otros valores, que es lo más normal del mundo anteponer la comunidad al individuo y que, por tanto, su noción de derechos es diametralmente distinta a la nuestra, de corte occidental.
Me queda la duda de qué sensaciones atraviesan en esta semana solitaria la mente y el corazón de Hide. Él decía que esperaba regresar a México y terminar sus estudios pro puede que, nuevamente, los valores colectivos se impongan a los individuales y que su deseo no se cumpla. Tiempo al tiempo.
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