Acabo de hablar con un amigo que vivió casi treinta años en América y que ha vuelto a su pueblo de Huesca, Zaidín, a cumplir con la gran ilusión de su vida y después morir en paz. Hace dos días mi padre me contaba que una red internacional de prostitución se radicó en su pueblo, Arroyo de San Serván, Badajoz, y logró sacar del anonimato a la población unos días poniéndola en lo más alto de las noticias cuando los detalles del secuestro de una menor trascendieron. Desde el juez de paz a los vecinos, todos conocían la situación pero ninguno hizo nada por remediarla...
Decía Saramago una frase sobre su pueblo natal que le retrataba: "Regresar a Azinhaga ahora es regresar a otro lugar que ya no es mío. La personas, en realidad, habitamos la memoria. La aldea en que nací sólo existe en mi imaginación" (21 de septiembre de 1996). Son días estos navideños en los que mucha gente regresa a su pueblo, ciudad o aldea. Son lugares donde habitan aún personas queridas y referencias imborrables aún a pesar de los mundos virtuales que hemos reconstruido y que a menudo están más presentes que aquellos esenciales, que diría Saramago.
Quizás uno de los viajes más difíciles que haya sea la vuelta al origen. No tendría por qué por qué abrir una herida sino más bien ser un ejercicio de madurez y de sinceridad con uno mismo, un retomar quiénes somos y repensar lo que ha sucedido en nuestras vidas desde lo simple, desde un espacio en que se forjaban ilusiones o sensibilidades primarias. No queremos admitir que la aldea pesa y que lo hará siempre, más quizás de lo que cuentan la ciudad, la globalidad, el mundo moderno, instantáneo y desbocado tantas veces con el que convivimos muchos a diario.
domingo, 26 de diciembre de 2010
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